Especiales de Educación: El Método Lancaster


Amigas y amigos: La escuela lancasteriana es un método educativo que debe su nombre a su creador, Joseph Lancaster, un maestro británico que recogió el sistema anteriormente inventado por Andrew Bell y lo reformó ligeramente para adaptarlo a su filosofía educativa. Las primeras experiencias se realizaron en Inglaterra, pero su influencia llegó pronto a América.

En el continente americano tuvo bastante éxito en muchos países, desde Canadá hasta Argentina, con una especial incidencia en México. Con esta manera de educar, solo se necesitaba un número reducido de maestros para atender a centenares de niños. 

Los docentes se ocupaban primero de los chavales más listos y con más facilidad para aprender y estos, a su vez, atendían a los niños más pequeños o menos avanzados. De esta forma se establecía una especie de pirámide de conocimientos, con cada fila ayudando a la inferior a aprender, sin necesidad de que hubiera un maestro controlando.

La escuela lancasteriana establecía un modo muy ordenado y reglamentado para su funcionamiento. Existía un sistema de premios y castigos que, a pesar de que estaban prohibidos en el ámbito corporal, fueron encontrados muy severos por muchos ciudadanos y expertos.

La educación existente en la Inglaterra del siglo XVIII era tremendamente clasista, con una gran diferencia entre los que podían permitirse acudir a los centros privados o contratar tutores particulares y los menos favorecidos.

"El método utilizado por la Escuela Lancasteriana, se basaba en la exposición verbal principalmente, en una exposición sistematizada y en ejercicios de repetición de tipo memorístico, se estudiaba en cajas llenas de arena, donde se hacía repetir al alumno letras o números hasta haberlos memorizado completamente, esto tendiendo a disciplinar la mente y formar hábitos.

El control de la disciplina era gracias a los rigurosos castigos y represalias, sólo por mencionar, cuando se cometía una infracción, se hacían acreedores a fuertes azotes, se les colocaban grandes orejas hechas de papel en forma de burro y el alumno era colocado en la esquina del salón hasta por varias horas. Por este motivo los monitores contaban con gran cantidad de enemigos, ya que éstos eran libres de ser castigados. El cuarto oscuro era utilizado por faltas mayores, consistía en un pequeño espacio con cuatro paredes, ni una sola ventana, una pequeña puerta que era el acceso, en este lugar se introducía al alumno para que reflexionara sobre su falta por un largo periodo de tiempo.

Cuando se hacía sonar una campana, se sabía que se tenía que ingresar a tomar las clases correspondientes, igual al término de las mismas. El profesor desempeñaba el papel de supervisor, estando sentado en su banquillo y sobre una superficie que se encontraba superior al resto del aula, esto indicaba que él estaba al mando, sólo los monitores podían establecer comentarios, es decir eran los mediadores entre alumno y profesor.

Ya que se instruía a gran cantidad de alumnos, se necesitaban lugares espaciados, que por lo general eran donde antes había un convento, dentro del aula había diversos materiales que empleaba el alumnado, entre estos los artículos de premio y de castigo y sólo unos cuantos libros con los que contaba el maestro.

Las sesiones de clase eran demasiado rigurosas y tediosas, ya que constaban largas horas, de ocho y catorce, inclusive diecisiete. Un criterio fundamental era que el alumnado debía estar en actividad permanente, lo que determinaba su ubicación el salón de era el avance en su aprendizaje, es por esto que la evaluación requería de un proceso escuetamente minucioso.

Los grados estaban conformados por alumnos de acuerdo a los conocimientos adquiridos y no por su edad, en el octavo grado, que era el último, se preparaban a los alumnos como si fueran monitores para presentar dos maneras de evaluación, en la que se tenía que contestar tal y como se les había enseñado, es decir, memorísticamente, la primera etapa de la evaluación se realizaba durante todo el año la sala de clase y la final de estas evaluaciones era frente a un público y el jurado calificador conformado por tres personalidades, siendo el juez principal, el representante del pueblo o presidente municipal.

"Lancaster se oponía al castigo corporal por no aprender y, en lugar de ello, utilizaba las recompensas positivas, lo cual ilustraba así: cuando enseñaba el alfabeto el mejor niño ocupaba el primer lugar; es asimismo condecorado con un boleto de cuero, dorado y con la palabra mérito. Aunque en lo que atañe a recompensas las mismas eran de dos tipos, unas son premios materiales, que para Lancaster debían ser premios en dinero…"

Los alumnos más avanzados se desempeñaban como instructores de sus compañeros (monitores) siendo estos supervisados y preparados por los maestros. Se llegó a pensar que los maestros podían manejar hasta mil alumnos con un costo muy bajo para educar a una gran masa. Estos tenían que presentarse a las seis y media de la mañana con el profesor para enterarse de los contenidos que deberían de desarrollarse durante la jornada, sosteniendo la franja intermedia entre docente y pupilos.

Las asignaturas que estos desarrollaban eran de lectura, escritura, aritmética y religión, además eran preparados para enseñar la doctrina cristiana, cuidaban aproximadamente de diez a veinte niños cada uno y seguro es que podían aprovechar cualquier situación para sacar ventaja de los compañeros inferiores.

El método utilizado era el memorístico y se evaluaba de manera individualizada, a pesar de la aparente libertad del método, los monitores tenían control personalizado e inclemente.

En Chile, el entonces Director Supremo Bernardo O’Higgins, acabó con tres siglos de enseñanza primaria pasiva, desnivelada y atrasada, al introducir en la educación de infantes, el célebre método de enseñanza mutua experimentado en Inglaterra por Joseph Lancaster. La medida adoptada por O’Higgins fue una verdadera revolución para la escuela a nivel del aula. Como indica en su excelente tesis de maestría Arturo Mancilla (2005), a quien seguimos aquí, con esto el Padre de la Patria abría la nación a la modernidad y al progreso social puesto que dicha metodología permitió una verdadera educación masiva, popular y progresiva. Al importar el sistema lancasteriano, O’Higgins introducía, por primera vez en la historia nacional, el principio y la práctica de la educación activa, que por lo mismo, era más democrática en la medida que le daba enorme importancia a la construcción colegiada del conocimiento, con fuerte participación de los alumnos. Para el efecto, se trabajaba en salones espaciosos, con numerosa presencia de educandos, que organizados en subgrupos de 8 0 10 integrantes, dirigidos por un monitor (un alumno aventajado), todos bajo la supervisión de un maestro, se instruían en primeras letras, aritmética y otras materias a través de un método que favorecía la participación, la colaboración y el rápido aprendizaje, dentro de un clima didáctico estimulante. No en vano se le ha definido como de enseñanza mutua. Así, la instrucción cobra un enorme poder multiplicador. El proyecto comenzó a implementarse en 1818 en Santiago con la proyección de implantarse en las provincias de la República. Para 1822, en Valparaíso, funcionaba un populoso salón, con mucho éxito, incluso con asistencia de los hijos del campesinado de los valles que rodean al puerto. 

La experiencia fue bien aquilatada por el notable intelectual criollo Manuel de Salas, en un informe expedido en 1822:

"deben esperarse grandes ventajas cuando sea general el convencimiento de que no hay prosperidad donde falta la instrucción, y que no se conseguirá sin generalizar en todas las clases, sexos y edades el único arbitrio de conseguirlo. Se han impreso considerable cantidad de lecciones, cartillas y catecismos, en que aprendan la lectura, la moral, la aritmética, la gramática y la religión".

En poco tiempo el método Lancaster se aplicó en Chile no solo a los niños; se extendió también a las infantes, en consideración a la importancia que el Director Supremo se le otorgó, desde el principio de su gestión, a la incorporación de la mujer a la educación.

Notable es, también, que en una de las escuelas lancasterianas privadas abiertas en Santiago, el método se extendiera a la educación de adultos, iniciativa que contó con una inusitada participación de personas mayores deseosas de instruirse.

Un solo dato basta para medir el sentido de justicia social que impregnaba el ideario o’higginiano. La primera sala de este tipo, contó con una matrícula pagada de 42 niños, cuyo aporte contribuía a cancelar los 100 pesos mensuales que importaba el sueldo del profesor, don Diego Thomas, introductor del sistema en el país. Con todo, al mismo tiempo, se abrió, contiguo a este salón de clases, otro para la instrucción de 93 niños sin recursos cuya educación era gratuitita. Es decir, los niños socialmente vulnerables más que duplicaban a los pudientes. Para decirlo en lenguaje actualizado: O’Higgins puso en práctica, en apenas dos años de gobierno, una educación gratuita, inclusiva y de calidad. Además de democratizadora.

Otro antecedente que no se puede pasar por alto es que, en septiembre de 1821, para implementar y adiestrar en la técnica de Lancaster, se abrió en la Universidad de San Felipe, la primera escuela normal de la República. Al Libertador se debe, pues, la introducción de este tipo de prestigioso plantel formador en el país. Gracias.

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