Especiales de la Luna: La Luna según las diferentes disciplinas de la literatura.


Amigas y amigos: Luciano de Samosata, escritor del siglo II D. C., fue el primero en imaginarse a los humanos viajando a la Luna. En sus "Relatos Verídicos", cuenta cómo él y sus compañeros de viaje son llevados a la Luna por vientos huracanados y se ven inmersos en una guerra entre el rey de la Luna y el rey del Sol, que luchan por el mando de la Estrella de la Mañana; obviamente, un comentario sarcástico sobre las disputas políticas en la Tierra, donde las monarquías se enfrentaban entonces por la posesión de nuevos territorios.

En los siglos XVII y XVIII, los relatos sobre los viajes a la Luna proliferaron a medida que el interés por la astronomía crecía exponencialmente. En estas historias, la fascinación de imaginar que el hombre volaba, ya fuese por medio de alas de ángeles, alas de pájaro o ingenios mecánicos, incluidos los primeros cohetes, se entremezclaba con el afilado realismo de la sátira social. En el caso de escritores como Francis Godwin, Cyrano de Bergerac, Daniel Defoe, Samuel Brunt o Murtagh McDermot, el viaje a la Luna solía conducir al descubrimiento de fantásticos seres extraterrestres, cuyas comunidades y prácticas servían de pie argumental para satirizar las carencias demasiado reales de las sociedades en las que vivían los autores.

Las innovaciones científicas y tecnológicas fueron remodelando durante los siglos XVIII y XIX el imaginario de los viajes a la Luna, y el viaje espacial se convirtió en la meta suprema de los logros tecnológico - científicos. Para el canon cultural de Occidente, el viaje al espacio encapsulaba el antiguo sueño de volar, pero también los nuevos sueños de modernidad y, en ocasiones, la creciente desilusión con la sociedad actual y una toma de conciencia de los límites de la ciencia moderna.

En las archiconocidas novelas de Julio Verne "De la Tierra a la Luna" y "Alrededor de la Luna", publicadas respectivamente en 1865 y 1870, los vuelos espaciales surgen imaginariamente cuando el mundo, en un cénit de placidez, había dejado de ofrecer oportunidades para el desarrollo de nuevas tecnologías armamentísticas y balísticas con fines militares.

La ironía de esta idea se manifestaría con rotundidad más de un siglo después, pues la tecnología espacial moderna surgió en pleno periodo de la Guerra Fría. Verne retrata a los miembros del Baltimore Gun Club, ardorosos militares cuya frustración va en aumento ante un mundo cada vez más apacible, hasta que uno de sus iluminados líderes propone construir una nave espacial con el objetivo de transformar la Luna en otro Estado de Estados Unidos.

Tres estadounidenses y un francés son lanzados a la Luna con un cañón espacial, pero yerran en su trayectoria. Los viajeros nunca llegarán a pisar la Luna, vuelan alrededor de ella y luego retornan a la Tierra para planear nuevos viajes al espacio. En la visión de Verne, el entusiasmo por el conocimiento tecnológico, el optimismo sobre el futuro y el carácter emprendedor estadounidense se combinan con los fracasos y las incertidumbres de la tecnología, dejando un mensaje paradójico -que, visto con perspectiva histórica, quizá no lo sea tanto-: viajar al espacio deviene posible porque las ambiciones militares se ven frustradas.

Esta visión, como parte admirativa, parte escéptica de los vuelos espaciales como epítome de la modernidad, sigue presente en las obras maestras de la ciencia ficción de principios del siglo XX, como la novela "Los primeros hombres en la Luna" (1901), de H.G. Wells, y el cortometraje "Viaje a la Luna" (1902), de Georges Méliès. En ambas obras, los avances científicos y el conocimiento tecnológico posibilitaron los aterrizajes en la Luna y los encuentros con aliens que, en la visión de Wells, viven debajo, no encima, de la superficie lunar.

Estos encuentros también derivan pronto en conflicto, pues los selenitas, como Wells denomina a los habitantes de la Luna, capturan a los viajeros humanos, mientras que los nada diplomáticos astrónomos de Méliès se enzarzan en una lucha con los habitantes de la Luna, hacen prisionero a uno de ellos y deben escapar apresuradamente a la Tierra.

De los viajeros de Wells, solo uno consigue regresar a la Tierra, perdiendo el conocimiento científico que su compañero dominaba y la esfera de vidrio que había hecho posible el viaje. Las incompletas transmisiones de radio que recibe más tarde desde la Luna indican que los selenitas acogen con alarma los relatos de agresividad y beligerancia en la Tierra que su amigo les ha contado, e interrumpen toda comunicación con los humanos. En los dos casos, la ciencia moderna y la cultura humana son exitosas pero acaban derrotadas, y en ambos la Luna funciona como contrapunto satírico de nuestra sociedad terrenal.

La película "Viaje a la Luna", de Méliès, que inaugura el género de los filmes de ciencia ficción, ofrecía las primeras imágenes en movimiento de una expedición más allá de la órbita de la Tierra. La cara de la Luna con un cohete terrícola dolorosamente clavado en un ojo se ha convertido en un clásico de las primeras obras del celuloide, incluyendo una referencia crítica a las consecuencias de la colonización.

En la ciencia ficción posterior a Méliès, las preguntas de quién colonizaría la Luna, qué aspecto tendrían las colonias que allí se establecieran y qué influencia podrían ejercer en la política de la Tierra han permanecido como temas recurrentes. Por ejemplo, en su clásica "La Luna es una cruel amante" (1965), Robert Heinlein narró de forma memorable los avatares de una colonia lunar que pretende independizarse de la Tierra.

La serie mucho más reciente de cortos de ciencia ficción de YouTube procedentes de Nueva Zelanda, titulada "Anamata Future News" (2015) , retrata a unos colonos maoríes que se establecen en la Luna, revisando desde una vena humorística las ideas occidentales sobre la exploración espacial; incluso en una de las últimas ficciones que tienen como escenario la Luna, "Luna Roja" (2018), de Kim Stanley Robinson, la cuestión de si ésta podría convertirse en el próximo escenario de guerras entre superpotencias presentes y futuras persiste en la base de un argumento que muestra a grupos estadounidenses y chinos enfrentados por hacerse con el dominio.

Durante los años 50 y 60, docenas de novelas futuristas, historias breves y películas daban por descontado que la Luna sería colonizada, aun cuando científicos e ingenieros estadounidenses y rusos todavía estaban trabajando en el diseño de la tecnología que habría de materializar parte de esta visión. Con todo, muchos de los ingenieros de la NASA involucrados en las misiones Apolo no veían la Luna como su objetivo último, sino como una estación intermedia hacia un destino más exótico: Marte.

En múltiples aspectos, el discurso sobre sociedades extraterrestres o colonias humanas en Marte guarda paralelismos con el de la Luna. Desde "Entre dos planetas" (1897), de Kurd Laßwitz, y "La guerra de los mundos" (1898), de Wells, hasta las "Crónicas marcianas" (1950), de Ray Bradbury y la trilogía "Marte rojo, Marte azul y Marte verde" (1992 - 1996), de Robinson, el "planeta rojo" se ha imaginado indistintamente como una alternativa utópica a la Tierra o como una extensión y espejo de nuestra propia política y cultura.

En el lapso de tiempo que va de Méliès a Heinlein, los avances tecnológicos permitieron empezar a soñar con que los viajes a la Luna, imaginados durante milenios, se hicieran realidad. Así, la construcción por Alemania de los cohetes V - 2 durante la Segunda Guerra Mundial sentó las bases para la tecnología cuyo desarrollo culminaría con las misiones Apolo en la década de los 60.

Una vez que el viaje a la Luna dejó de ser una idea futurista para convertirse en realidad, no es que nuestro satélite desapareciera del imaginario popular, pero sí pasó a un segundo plano ante la posibilidad de que algún día los humanos llegaran a fundar una colonia en Marte, expectativa ésta que ha vuelto a la actualidad en el contexto de la creciente crisis ambiental que vive nuestro planeta.

Sin embargo, aunque Marte haya arrebatado a la Luna el papel estelar en el imaginario popular, la larga historia de mirar a nuestro planeta desde la Luna, primero como escenario de ficción y en los últimos 50 años como gesta tecnológica real, ha dejado un sello indeleble en nuestra cultura. Una de las imágenes más emblemáticas en el "Voyage dans la lune" de Méliès anticipa esta panorámica, al mostrar la Tierra alzándose por encima de la superficie lunar. Dicha imagen, captada en la vida real por los astronautas del Apolo 8 en 1968, se ha convertido en el icono de una nueva visión de la belleza y del valor incomparables de la Tierra, así como de sus límites y fragilidad.

En combinación con la imagen completa de la Tierra tomada por el Apolo 17 en 1972 y conocida como la canica azul, fue adoptada por el emergente movimiento medioambientalista y de conciencia social para expresar que, aun con los conflictos que nos separan desde hace miles de años y nuestros sueños de viajar por el cosmos hasta lugares mejores, los humanos solo tenemos un planeta donde vivir.

Como afirmó el geógrafo Denis Cosgrove, el "legado cultural más perdurable" de las misiones lunares "no consistió en el conocimiento adquirido sobre la Luna sino en una imagen renovada de la Tierra". Largamente anticipada en el imaginario colectivo, la imagen de la Tierra asomándose sobre la Luna ha hecho que percibamos con nuevos ojos el extraordinario lugar que, desde un punto de vista tanto cosmológico como ecológico, ocupa nuestro hogar en el universo. Esta noción del planeta perdura hasta el día de hoy, como una nueva clase de modernidad ecológico - cosmopolita con profundas raíces históricas cuyas implicaciones solo estamos empezando a comprender. Gracias.

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